Domingo 9 de diciembre de 2007.
Todos los días veo al niño sufrir este calvario donde estamos todos. Conradín, tiene el tiempo de vida contado; el médico dice que no vivirá más de cinco años. Yo no creo eso, pienso que su esperanza e ilusiones harán que su tiempo sea eterno. Pero la señorita De Ropp está de acuerdo con el médico, y más allá de eso, parece que deseara que Conradín desapareciera. No lo quiere, está pendiente de él solo porque siente que es su deber.
Y el odio es mutuo, Conradín no la soporta, no lo deja hacer nada. Yo también la odio, me siento su esclava, no puedo ser.
Creo que ella es la culpable que mi juventud, mi buen humor y mi generosidad se hayan esfumado. Ahora solo veo un rostro agrio en el espejo.
En las mañanas le llevo el café bien caliente a su habitación, deseo que se queme, pero esa mujer parece de piedra, hasta a veces parece que sintiera el café frío. La odio. Luego de eso le llevo a Conradin sus tostadas con mantequilla que tanto le gustan. Es una de las pocas cosas que le sacan una sonrisa. Bueno, a veces sonríe cuando viene del jardín, luego de pasar mucho rato dentro de una caja de herramientas abandonada, allí parece que guarda sus esperanzas, y quizás también las mías.
La bruja acaba de vender la gallina que estaba en la caja de herramientas, el refugio de Conradin. El niño sufre mucho, no dice nada, pero el solo hecho que no pruebe sus tostadas ya lo dice todo.
Ahora debo ir a limpiar todo el piso, que ya lo había dejado brillante ayer, pero el jardinero que se llevó la gallina ensució todo con sus botas llenas de barro.
¡Dios mío! No puedo creer lo que acaba de pasar. Vi a Conradin arrodillado, y no se por qué enseguida salí corriendo hacia la caja de herramientas a buscar a la señorita De Ropp; vi al hurón atravesando el jardín, tenía manchas en su mandíbula, mi grito fue estúpido, o tal vez falso.
Menos mal que la bruja nunca supo de mis sentimientos, si no me hubiera despedido, y ahí si es verdad que se acababa mi esperanza.
Iré a sacar la mermelada escondida para las tostadas de Conradin, ya no comerá mantequilla.
¡Gracias Sredni Vashtar!
Y el odio es mutuo, Conradín no la soporta, no lo deja hacer nada. Yo también la odio, me siento su esclava, no puedo ser.
Creo que ella es la culpable que mi juventud, mi buen humor y mi generosidad se hayan esfumado. Ahora solo veo un rostro agrio en el espejo.
En las mañanas le llevo el café bien caliente a su habitación, deseo que se queme, pero esa mujer parece de piedra, hasta a veces parece que sintiera el café frío. La odio. Luego de eso le llevo a Conradin sus tostadas con mantequilla que tanto le gustan. Es una de las pocas cosas que le sacan una sonrisa. Bueno, a veces sonríe cuando viene del jardín, luego de pasar mucho rato dentro de una caja de herramientas abandonada, allí parece que guarda sus esperanzas, y quizás también las mías.
La bruja acaba de vender la gallina que estaba en la caja de herramientas, el refugio de Conradin. El niño sufre mucho, no dice nada, pero el solo hecho que no pruebe sus tostadas ya lo dice todo.
Ahora debo ir a limpiar todo el piso, que ya lo había dejado brillante ayer, pero el jardinero que se llevó la gallina ensució todo con sus botas llenas de barro.
¡Dios mío! No puedo creer lo que acaba de pasar. Vi a Conradin arrodillado, y no se por qué enseguida salí corriendo hacia la caja de herramientas a buscar a la señorita De Ropp; vi al hurón atravesando el jardín, tenía manchas en su mandíbula, mi grito fue estúpido, o tal vez falso.
Menos mal que la bruja nunca supo de mis sentimientos, si no me hubiera despedido, y ahí si es verdad que se acababa mi esperanza.
Iré a sacar la mermelada escondida para las tostadas de Conradin, ya no comerá mantequilla.
¡Gracias Sredni Vashtar!
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