lunes, 13 de abril de 2009

Aminta



Lunes 26 de noviembre de 2007.


Aminta, salía todas las noches a pasear sus curvas por las calles más oscuras de Caracas. Calles oscuras pero llenas de sabor, como ella misma lo definía. Sabores agrios, dulces, salados, ácidos, y sin sabores, como la lista de pieles que probaba en una noche. Noche que se dividía en horas, a 90 mil cada una de ellas.

Sí, Aminta tenía la profesión más antigua del mundo. Antigua como sus ganas de ser aquella dama de clase refinada, llena de joyas y clichés sifrinos; pero que lamentablemente estaba un poco lejos de lograr con aquellas vestimentas, aquellos compañeros y aquella rutina con tanto sabor a calle, tanto sabor a anticonceptivos, tanto sabor a Aminta.

Una de esas noches se le acercó un carro de modelo desconocido para ella, pero lujoso como su brillo lo indicaba. Se bajó el vidrio y se asomó un hombre con aspecto sobrio, distinguido, demasiado extraño para estar en la calle de lo sabores a esa hora.

Aminta enseguida dijo:

-¿Nuevo no? Bueno, por si no lo sabía son 90 mil una hora en la cima del cielo.

El hombre, que no mostraba ninguna reacción en su cara le respondió:

-¿Acaso sabes qué es el cielo como para estar poniéndole precio? ¡Y más aún en la parte más alta!

La expresión seductora y complaciente de Aminta cambió, su rostro se puso blanco, parecía que en su vida le habían hecho un cuestionamiento así.

El hombre al ver la palidez de su rostro enseguida le dijo:

-Te pago lo que cueste el cielo al que le pones precio, con tal que vengas conmigo.

Aminta volvió en sí y asimiló que ese era su trabajo, y se subió a aquél elegante vehículo.

Durante 40 minutos el hombre y Aminta estuvieron dando vueltas por la ciudad. Ella no decía ninguna palabra, de vez en cuando veía su reloj, esperando que se cumpliera la hora, para al menos cobrar completo.

Luego de tanto silencio, Aminta pregunta:

Mira chico, ¿y tú nada de nada?
El hombre responde:

¿Cómo que yo nada de nada? ¿Acaso me estas preguntando si se nadar?

Aminta:

¡Ay claro que no! Pero eres el primero que no me lanza encima a los 10 primeros minutos.

El hombre:

¿Acaso no entendiste el cielo que te ofrecía?

Aminta:
¿Cuál cielo? La que ofrece el cielo soy yo.

El hombre:
Pues te equivocas, no sabes quien soy yo ni a qué he venido.

En ese momento Aminta intentó decir una palabra pero no podía hablar, sentía que se estaba ahogando, empezó a sudar más de lo normal, de repente vio todo negro, no supo más de ella.

Aminta se despertó, aún estaba en aquél elegante auto. Vio a los lados y no estaba el hombre tan extraño con el que había hablado hace algunos minutos.

Miró el asiento de al lado y encontró una cajita, la tomó, la abrió y encontró una figura que no sabía que era. Era un muñeco pequeño, pero no tenía idea de su significado.

Aminta se quedó observándolo por unos minutos, una lágrima corría por su mejilla. De repente se da cuenta que no tiene la ropa que se había puesto esa noche, tiene un hermoso vestido. Ese momento se interrumpió cuando escucha la voz de un niño:

¡Mamá, mamá, baja del carro ya, vamos a darle la sorpresa a papá!

Fin.

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