Al bajar del taxi amarillo, el cliché neoyorquino número uno, Juan Urdaneta, un marabino recién llegado a Nueva York, divisó el Serendipity así lo leyó, un restaurante en la Quinta Avenida de la Gran manzana, el cliché número dos.
El restaurante se veía grande, luminoso, colorido y costoso, además habían fotógrafos y periodistas dentro, por eso Juan decidió entrar para hacerle honor a la extravagancia que lo caracteriza, como típico maracucho, creyente en la Chinita, adorador de los patacones y seguidor inconciente de la estética Kitch. De igual forma tendría con que jactarse, diciendo que almorzó en el restaurante más famoso de Nueva York, tanto que no sabía ni pronunciar su nombre.
Juan entra con aires de arrogancia de nuevo rico y pide una mesa, el mesonero le trae el menú, se da cuenta que es más costoso de lo que esperaba, pero gracias a sus trabajos en un ministerio público venezolano, podía pagar sus extravagancias.
El maracuchito al ver aquel semejante menú, decide ordenar lo más común que encuentra, ya que no sabe qué es todo lo demás.
Mientras espera su salmón en salsa de mandarina, le pregunta a un mesonero que está pasando, por qué hay tantos fotógrafos y periodistas en la puerta de la cocina. El mesonero le responde que el chef está a punto de presentar el postre más caro de la historia.
Al poco tiempo, mientras Juan saborea su salmón, y la salsa corre por las hendiduras de sus labios, el chef sale y todos los fotógrafos lo siguen hasta la mesa delante de nuestro protagonista, donde coloca un gran sundae de chocolate de 25 mil dólares.
El postre se hizo en asociación con la joyería Euphoria de Nueva York. Estaba hecho con 28 tipos de cacao, incluyendo los más exóticos del mundo. Tenía oro comestible, y estaba presentado en una copa de oro también comestible, decorado con un brazalete de oro cubierto con diamantes blancos.
El fastuoso helado tenía crema batida mezclada con oro, y venía acompañado por una trufa de chocolate de 2600 dólares por cada libra. El postre se comía con una cucharilla de oro con diamantes que luego el cliente podía llevarse a casa.
Mientras el chef explicaba todo eso al afortunado comensal y los fotógrafos hacían su trabajo, Juan estaba impresionado con aquella excentricidad; su cara parecía un poema, tanto así que el rostro se coleó en una de las fotos que más tarde aparecería en el Record Guinness 2008, detrás del afortunado comensal que disfrutó del postre más caro de la historia.
Al terminar de comer, el excéntrico, aunque después de aquello ya no tanto, se fue del restaurante a comer el postre en el Mc Donalds de la esquina, y pidió un sundae con bastante sirope de caramelo, lo más parecido a oro.
A la semana siguiente Juan abre el periódico y lee: “Cerrado y multado el Serendipity por encontrar dos ratas en la cocina”, así se explicaba la gastritis e infección estomacal que le dio después de haber comido en aquél lugar.
El restaurante se veía grande, luminoso, colorido y costoso, además habían fotógrafos y periodistas dentro, por eso Juan decidió entrar para hacerle honor a la extravagancia que lo caracteriza, como típico maracucho, creyente en la Chinita, adorador de los patacones y seguidor inconciente de la estética Kitch. De igual forma tendría con que jactarse, diciendo que almorzó en el restaurante más famoso de Nueva York, tanto que no sabía ni pronunciar su nombre.
Juan entra con aires de arrogancia de nuevo rico y pide una mesa, el mesonero le trae el menú, se da cuenta que es más costoso de lo que esperaba, pero gracias a sus trabajos en un ministerio público venezolano, podía pagar sus extravagancias.
El maracuchito al ver aquel semejante menú, decide ordenar lo más común que encuentra, ya que no sabe qué es todo lo demás.
Mientras espera su salmón en salsa de mandarina, le pregunta a un mesonero que está pasando, por qué hay tantos fotógrafos y periodistas en la puerta de la cocina. El mesonero le responde que el chef está a punto de presentar el postre más caro de la historia.
Al poco tiempo, mientras Juan saborea su salmón, y la salsa corre por las hendiduras de sus labios, el chef sale y todos los fotógrafos lo siguen hasta la mesa delante de nuestro protagonista, donde coloca un gran sundae de chocolate de 25 mil dólares.
El postre se hizo en asociación con la joyería Euphoria de Nueva York. Estaba hecho con 28 tipos de cacao, incluyendo los más exóticos del mundo. Tenía oro comestible, y estaba presentado en una copa de oro también comestible, decorado con un brazalete de oro cubierto con diamantes blancos.
El fastuoso helado tenía crema batida mezclada con oro, y venía acompañado por una trufa de chocolate de 2600 dólares por cada libra. El postre se comía con una cucharilla de oro con diamantes que luego el cliente podía llevarse a casa.
Mientras el chef explicaba todo eso al afortunado comensal y los fotógrafos hacían su trabajo, Juan estaba impresionado con aquella excentricidad; su cara parecía un poema, tanto así que el rostro se coleó en una de las fotos que más tarde aparecería en el Record Guinness 2008, detrás del afortunado comensal que disfrutó del postre más caro de la historia.
Al terminar de comer, el excéntrico, aunque después de aquello ya no tanto, se fue del restaurante a comer el postre en el Mc Donalds de la esquina, y pidió un sundae con bastante sirope de caramelo, lo más parecido a oro.
A la semana siguiente Juan abre el periódico y lee: “Cerrado y multado el Serendipity por encontrar dos ratas en la cocina”, así se explicaba la gastritis e infección estomacal que le dio después de haber comido en aquél lugar.
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