( Textolibre -Marzo 26, 2006 )
De un cumplido nació la querencia que llevaba mi mismo nombre. El color parecía ser el mismo. El código era lógico y entendible. Sólo bastaba que apareciera la fuerza que comprometía al corazón.
Y llegó la fuerza, plasmada en el más intimo deseo de cercanía, de propiedad de pensamientos, palabras y visiones. Bajo el oscuro silencio las almas se comprometían, bajo un mismo nombre los deseos se hacían apenas perceptibles.
Un principio que llamaba a las más coloridas flores del verano, un final que arrastraba las hojas en su transición al otoño. El nombre repetido se acentuaba en los colores, los dignificaba, los hacía brillantes; parecía que perpetuarían en el tiempo, que tendrían el triunfo del sol, y no el que promociona el arco iris en tiempos de cielo oscuro.
El nombre los hacía grandes, el pensamiento originales, el trabajo afortunados; y la conciencia reposaba en paz.
Y llegó el otoño, la lluvia mojaba la manta sobre la grama, la empapaba; y el viento ensuciaba el cristal fino, caro y muy transparente que estaba en la ventana. Un otoño poco convencional, demasiado propicio a la celebración, al festejo de tener el mismo nombre.
Deseando inconcientemente el verano, el código comenzaba a ser ilógico, y se ocultaba sobre la sonrisa, y sobre la subconciencia de la verdad; haciendo pesada la lluvia, pestilente y con puyas en la cara.
Ningún dolor era manifiesto, solo a veces palpable en las noches de insomnio, donde descifrar el nuevo código parecía ser la meta sin razón, pero no el deseo. Solo existía la satisfacción de llevar un mismo nombre, de sonreír por una misma vida.
Y ocurrió, el viento se llevó lo que nunca supo explicar, no era otra vida, no era otro ser, no era otro perfume, no era otra patria, no era otra mancha. Era un nombre diferente, ¿pero cómo?, si el código funciona con un mismo nombre, permite la conjugación de un solo color, le da vida a un solo ser. Sino el color se dividiría, el ser moriría…y ya no habría código, ni siquiera palabras para volver a escribirlo.
Maldita la tormenta que rompió las leyes, que descuartizó los días, que arrastró el arco iris opaco en tiempos mojados, que dividió el camino, que cambió la forma, el color y la agudeza de tu misma vida, y de mi mismo nombre.
Y llegó la fuerza, plasmada en el más intimo deseo de cercanía, de propiedad de pensamientos, palabras y visiones. Bajo el oscuro silencio las almas se comprometían, bajo un mismo nombre los deseos se hacían apenas perceptibles.
Un principio que llamaba a las más coloridas flores del verano, un final que arrastraba las hojas en su transición al otoño. El nombre repetido se acentuaba en los colores, los dignificaba, los hacía brillantes; parecía que perpetuarían en el tiempo, que tendrían el triunfo del sol, y no el que promociona el arco iris en tiempos de cielo oscuro.
El nombre los hacía grandes, el pensamiento originales, el trabajo afortunados; y la conciencia reposaba en paz.
Y llegó el otoño, la lluvia mojaba la manta sobre la grama, la empapaba; y el viento ensuciaba el cristal fino, caro y muy transparente que estaba en la ventana. Un otoño poco convencional, demasiado propicio a la celebración, al festejo de tener el mismo nombre.
Deseando inconcientemente el verano, el código comenzaba a ser ilógico, y se ocultaba sobre la sonrisa, y sobre la subconciencia de la verdad; haciendo pesada la lluvia, pestilente y con puyas en la cara.
Ningún dolor era manifiesto, solo a veces palpable en las noches de insomnio, donde descifrar el nuevo código parecía ser la meta sin razón, pero no el deseo. Solo existía la satisfacción de llevar un mismo nombre, de sonreír por una misma vida.
Y ocurrió, el viento se llevó lo que nunca supo explicar, no era otra vida, no era otro ser, no era otro perfume, no era otra patria, no era otra mancha. Era un nombre diferente, ¿pero cómo?, si el código funciona con un mismo nombre, permite la conjugación de un solo color, le da vida a un solo ser. Sino el color se dividiría, el ser moriría…y ya no habría código, ni siquiera palabras para volver a escribirlo.
Maldita la tormenta que rompió las leyes, que descuartizó los días, que arrastró el arco iris opaco en tiempos mojados, que dividió el camino, que cambió la forma, el color y la agudeza de tu misma vida, y de mi mismo nombre.
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