( Reflexión - Marzo 29, 2007)
Que rabia me da cada vez que escucho a la gente disertando sobre las preferencias sexuales de muchos, mi pregunta es ¿a quién le importa?
Nuestras vidas no dejarán de ser vidas porque el hijo de la vecina sea gay, o el profesor tenga un novio, a menos, claro está, que tenga un gran plan de matrimonio con alguno de ellos. Pero del resto simplemente carece de objeto de disertación o de asombro.
Pocos, muy pocos, son los que pensamos que hay más allá de ese posible chisme que pudiera ser cierto, y que es cierto, pero no nos importa su veracidad. Sencillamente es admirable lo que hace un homosexual para sobrevivir en una sociedad estigmatizada por la locura de creer que solo un tipo de placer es el válido.
En el parque, en la facultad, en el centro comercial, en todas partes podemos ver y sentir las miradas más profundas, enternecedoras y llenas de palabras que se profesan dos hombres cuando son victimas del aire social, que los obliga a trasladar su amor a la oscuridad.
Hace días pude presenciar una de las escenas más emotivas de mi vida. Estaba caminado para tomar el metro y veo a dos chicos en el mismo proceso, ambos cargados con bolsos grandes. De repente se detienen y se dan la mano, como el típico saludo de hombres al despedirse, ya que cada uno tomaría un tren diferente. En esos milisegundos de estrecharse la mano dijeron más de lo que se expresa en cien líneas; y de pronto se dieron un abrazo, el típico abrazo de amigos al despedirse, pero, luego del abrazo bastó un segundo para que sus ojos se iluminaran, sus miradas se cruzaran fijamente y su alrededor girara 360 grados.
Ese instante fue una de las cosas más mágicas que mis ojos han podido presenciar. Realmente estaba sorprendida de lo que esas miradas decían en aquel momento, y más sorprendida estaba de haber podido capturar esa hechizo. El instante de las miradas parecía eterno para ellos, toda una vida de prejuicios, dolor y amor intercambiaban sus ojos. Luego de ese permuta de corazones se dieron un beso en la mejilla, y con eso eran muchos los años que le estaban cobrando a la vida de tener un amor a oscuras; ese beso en la mejilla, en medio de cientos de personas caminando apuradas para tomar un tren, significaría la sonrisa de muchos días posteriores. Después cada uno tomó la dirección a donde iban.
Al presenciar todo aquello, que ocurrió en algo así como menos de 3 segundos, me emocioné, sabiendo que ese día dos seres humanos que se aman le estaban cobrando al mundo una porción lo injusto que es con ellos.
Desde ese día pensé más detenidamente, y me dediqué al estudio de ese tipo de miradas, sobretodo las más cercanas a mí, y he descubierto cosas impresionantes. He descubierto como dos hombres, simplemente a través de miradas que duran milisegundos y sin que nadie se entere, se pueden decir “te quiero”, “te necesito”, “moriría por ti”, “eres lo mejor que me ha pasado en la vida”, “estaré contigo siempre”, “confía en mi”, “si, confío en ti”, “eres mi mundo”, simplemente se pueden decir “te amo”.
Para mí ese ha sido un gran descubrimiento, ya que expresar un mundo en una mirada y entre dos personas que la sociedad considera prohibida, es un reto, que sólo los más sabios, valientes, y que sienten el amor son capaces de realizar.
Después de esos días comprendí lo que sentía mi más preciado tesoro, mi único tesoro tangible, mi único tesoro real.
Comprendí que esa forma de amor es la más valiente sobre la tierra, la más luchada, la más temida, la más envidiada, la más iluminada, porque la luz que emerge de esas pupilas enciende el sentimiento más profundo y escondido en los corazones.
También comprendí que mi palabra, mi mano y mi abrazo puede hacer feliz o frustrado a aquel que no tiene la mi misma opción sexual.
Entendí que he tenidos las mejores oportunidades de sufrir y ser feliz a mi manera, como yo lo decida, sin que nadie estudie mi mirada, aunque exprese todo.
Y finalmente supe que puedo morir por aquel que vive un amor gay; puedo morir por él.
Nuestras vidas no dejarán de ser vidas porque el hijo de la vecina sea gay, o el profesor tenga un novio, a menos, claro está, que tenga un gran plan de matrimonio con alguno de ellos. Pero del resto simplemente carece de objeto de disertación o de asombro.
Pocos, muy pocos, son los que pensamos que hay más allá de ese posible chisme que pudiera ser cierto, y que es cierto, pero no nos importa su veracidad. Sencillamente es admirable lo que hace un homosexual para sobrevivir en una sociedad estigmatizada por la locura de creer que solo un tipo de placer es el válido.
En el parque, en la facultad, en el centro comercial, en todas partes podemos ver y sentir las miradas más profundas, enternecedoras y llenas de palabras que se profesan dos hombres cuando son victimas del aire social, que los obliga a trasladar su amor a la oscuridad.
Hace días pude presenciar una de las escenas más emotivas de mi vida. Estaba caminado para tomar el metro y veo a dos chicos en el mismo proceso, ambos cargados con bolsos grandes. De repente se detienen y se dan la mano, como el típico saludo de hombres al despedirse, ya que cada uno tomaría un tren diferente. En esos milisegundos de estrecharse la mano dijeron más de lo que se expresa en cien líneas; y de pronto se dieron un abrazo, el típico abrazo de amigos al despedirse, pero, luego del abrazo bastó un segundo para que sus ojos se iluminaran, sus miradas se cruzaran fijamente y su alrededor girara 360 grados.
Ese instante fue una de las cosas más mágicas que mis ojos han podido presenciar. Realmente estaba sorprendida de lo que esas miradas decían en aquel momento, y más sorprendida estaba de haber podido capturar esa hechizo. El instante de las miradas parecía eterno para ellos, toda una vida de prejuicios, dolor y amor intercambiaban sus ojos. Luego de ese permuta de corazones se dieron un beso en la mejilla, y con eso eran muchos los años que le estaban cobrando a la vida de tener un amor a oscuras; ese beso en la mejilla, en medio de cientos de personas caminando apuradas para tomar un tren, significaría la sonrisa de muchos días posteriores. Después cada uno tomó la dirección a donde iban.
Al presenciar todo aquello, que ocurrió en algo así como menos de 3 segundos, me emocioné, sabiendo que ese día dos seres humanos que se aman le estaban cobrando al mundo una porción lo injusto que es con ellos.
Desde ese día pensé más detenidamente, y me dediqué al estudio de ese tipo de miradas, sobretodo las más cercanas a mí, y he descubierto cosas impresionantes. He descubierto como dos hombres, simplemente a través de miradas que duran milisegundos y sin que nadie se entere, se pueden decir “te quiero”, “te necesito”, “moriría por ti”, “eres lo mejor que me ha pasado en la vida”, “estaré contigo siempre”, “confía en mi”, “si, confío en ti”, “eres mi mundo”, simplemente se pueden decir “te amo”.
Para mí ese ha sido un gran descubrimiento, ya que expresar un mundo en una mirada y entre dos personas que la sociedad considera prohibida, es un reto, que sólo los más sabios, valientes, y que sienten el amor son capaces de realizar.
Después de esos días comprendí lo que sentía mi más preciado tesoro, mi único tesoro tangible, mi único tesoro real.
Comprendí que esa forma de amor es la más valiente sobre la tierra, la más luchada, la más temida, la más envidiada, la más iluminada, porque la luz que emerge de esas pupilas enciende el sentimiento más profundo y escondido en los corazones.
También comprendí que mi palabra, mi mano y mi abrazo puede hacer feliz o frustrado a aquel que no tiene la mi misma opción sexual.
Entendí que he tenidos las mejores oportunidades de sufrir y ser feliz a mi manera, como yo lo decida, sin que nadie estudie mi mirada, aunque exprese todo.
Y finalmente supe que puedo morir por aquel que vive un amor gay; puedo morir por él.
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